Bruno Odent
L’Humanité
Traducido para Rebelión por Caty R.
14/01/10
Entrevista a Wolfgang Wodarg, presidente de la Comisión de Salud del Consejo de Europa
El presidente de la Comisión de Salud del Consejo de Europa, el alemán Wolfgang Wodarg, acusa a los lobbies farmacéuticos y a los gobiernos. Wodarg ha conseguido la creación de una comisión de investigación sobre el papel desempeñado por los laboratorios en la campaña de pánico en torno al virus.
Ex miembro del SPD, Wolfgang Wodarg es médico y epidemiólogo. Ha conseguido, por unanimidad de los miembros de la Comisión de Salud del Consejo de Europa, la creación de una comisión de investigación sobre el papel de las compañías farmacéuticas en la gestión de la gripe A que han llevado a cabo la OMS y los Estados.
¿Qué levantó sus sospechas sobre la influencia de los laboratorios en las decisiones que se tomaron con respecto a la gripe A?
Nos enfrentamos a un fracaso de las grandes instituciones nacionales encargadas de alertar sobre los riesgos y de responder en el caso de que aparezca una pandemia. En abril, cuando llegó la primera alarma de México, me sorprendieron mucho las cifras que avanzó la OMS para justificar la declaración de una pandemia. Inmediatamente me asaltaron las sospechas: las cifras eran muy pequeñas y el nivel de alarma muy elevado. No había ni mil enfermos y ya se hablaba de la pandemia del siglo. Y la alerta máxima declarada se basó en el hecho de que el virus era nuevo. Pero una característica de las enfermedades gripales es que se desarrollan muy deprisa, por medio de virus que cada vez toman formas diferentes y se instalan en nuevos huéspedes: animales, personas, etcétera. Nada nuevo. Todos los años aparece un nuevo «virus de la gripe». Realmente no había nada que justificase semejante grado de alarma. Esto ha sido posible debido a que la OMS, a principios de mayo, cambió su definición de «pandemia». Antes de esa fecha no sólo era necesario que la enfermedad se manifestase en varios países a la vez, sino que además tuviera consecuencias graves con un número de casos mortales mayor que el promedio habitual. En la nueva definición se eliminó esta parte y sólo se ha mantenido el criterio del ritmo de propagación de la enfermedad. Y se ha pretendido que el virus era peligroso porque las poblaciones no habían podido desarrollar defensas inmunitarias contra él. Lo cual es falso en el caso de este virus, porque pudimos observar que las personas de más de 60 años ya tenían anticuerpos. Es decir, que ya habían estado en contacto con virus análogos. Por otra parte, ésta es la razón de que prácticamente no haya habido personas de más de 60 años que hayan desarrollado la enfermedad. Y sin embargo es a las que se recomendó que se vacunaran rápidamente.
Entre las cosas que suscitaron mis sospechas están, por una parte, esa voluntad alarmista, y por otro lado ciertos hechos muy curiosos. Como por ejemplo la recomendación de la OMS de hacer las vacunaciones en dos dosis. Nunca se había hecho y no hay ninguna razón científica para hacerlo. Hubo también la recomendación de utilizar únicamente las vacunas especiales patentadas. Sin embargo no había ninguna razón para que no se añadieran, como se ha hecho todos los años, las partículas antivíricas específicas del nuevo virus H1N1 para «completar» las vacunas que se utilizan para la gripe estacional. No se hizo, sino que se optó por la utilización de materiales de vacunación patentados que los grandes laboratorios habían elaborado y fabricado para que estuvieran preparados en caso de que se desarrollase una pandemia. Y procediendo de esa forma no se dudó en poner en peligro a las personas vacunadas.
¿Qué peligro?
Para ir rápido en el suministro de los productos, en algunas vacunas se han utilizado adyuvantes cuyos efectos no se han testado suficientemente. En otras palabras: se han querido utilizar forzosamente los nuevos productos patentados en vez de poner a punto las vacunas según los métodos de fabricación tradicionales, mucho más simples y fiables, y más baratos. No hay ninguna razón médica para eso. Únicamente razones de mercado.
¿Cómo se puede justificar esto?
Para entenderlo hay que volver al episodio de la gripe aviar de 2005-2006. En aquella ocasión fue cuando se definieron los nuevos planes internacionales destinados a hacer frente a una alarma pandémica. Dichos planes se elaboraron oficialmente para garantizar una fabricación rápida de vacunas en caso de alerta. Eso dio lugar a una negociación entre las farmacéuticas y los Estados. Por un lado, los laboratorios se comprometieron a estar listos para elaborar los preparados, y por otra parte los Estados les garantizaban que les comprarían todo. Al final de ese singular mercadeo la industria farmacéutica no asumía ningún riesgo económico al comprometerse en las nuevas fabricaciones. Y se aseguraba de que le tocaría «el gordo» en el caso de que se declarase una pandemia.
¿No está de acuerdo con los diagnósticos establecidos y la gravedad, incluso potencial, de la gripe A?
En efecto, ésta es una gripe totalmente normal. No causa más que una décima parte de muertes que la gripe estacional clásica. Lo único que importaba, y que condujo a la formidable campaña de pánico a la que hemos asistido, es que la gripe constituía una oportunidad de oro para los representantes de los laboratorios, que sabían que les tocaría el premio gordo en caso de declaración de pandemia.
Estas acusaciones son muy graves. ¿Cómo ha sido posible semejante proceso en la OMS?
Un grupo de personas de la OMS está asociado de manera muy estrecha con la industria farmacéutica.
¿La investigación del Consejo de Europa también va a trabajar en esa dirección?
Queremos sacar a la luz todo lo que ha podido contribuir a esa enorme operación de intoxicación. Queremos saber quién ha decidido, sobre la base de qué pruebas científicas, y cómo se ha ejercido específicamente la influencia de la industria farmacéutica en la toma de decisiones. Y finalmente debemos presentar exigencias a los gobiernos. El objetivo de la comisión de investigación es que en el futuro ya no haya falsas alarmas de este tipo. Que la población pueda confiar en el análisis, la experiencia, las instituciones públicas nacionales e internacionales. Éstas actualmente están desacreditadas porque se ha vacunado a millones de personas con productos que presentan eventuales riesgos para su salud. No era necesario. Todo eso también ha desembocado en una considerable mala gestión del dinero público.
¿Tiene cifras concretas de la amplitud de esa mala gestión?
En Alemania son 700 millones de euros. Pero es muy difícil conocer las cifras exactas ya que ahora por un lado se habla de la reventa de vacunas a países extranjeros, y sobre todo porque las empresas, en nombre del principio del respeto del «secreto de los negocios», no comunican las cifras de los contratos firmados con los Estados y las eventuales cláusulas de indemnizaciones que figuran en ellos.
¿El trabajo de presión de los laboratorios sobre los Institutos Nacionales de Salud también se tratará en la investigación del Consejo de Europa?
Sí, nos fijaremos en la actitud de las instituciones como el Robert Koch de Alemania o el Pasteur de Francia, que son quienes en realidad deberían haber aconsejado a sus gobiernos de manera crítica. En algunos países las instituciones lo hicieron. En Finlandia o en Polonia, por ejemplo, se levantaron voces críticas para decir: «no tenemos necesidad de eso».
¿La enorme operación de intoxicación mundial no fue también posible porque la industria farmacéutica tenía «sus representantes» hasta en los gobiernos de los países más poderosos?
En los ministerios eso me parece obvio. No puedo explicarme cómo los especialistas, las personas más inteligentes que conocen de memoria la problemática de las enfermedades gripales, no se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Entonces, ¿qué ha pasado?
Sin llegar hasta la corrupción directa, que estoy seguro de que existe, los laboratorios tenían mil maneras de ejercer su influencia sobre las decisiones. Concretamente he podido comprobar, por ejemplo, que Klaus Stöhr, que era el jefe del departamento de epidemiología de la OMS en la época de la gripe aviar, y que por lo tanto preparó los planes destinados a hacer frente a una pandemia que he mencionado antes, entre tanto se convirtió en un alto ejecutivo de la empresa Novartis. Y existen vínculos parecidos entre Glaxo, Baxter, etcétera, y miembros influyentes de la OMS. Esas grandes empresas tienen a «los suyos» en los aparatos y se mueven con rapidez para que se tomen las decisiones políticas adecuadas. Es decir, aquéllas que les permiten bombear el máximo de dinero de los contribuyentes.
Pero si su investigación da resultado, ¿no será un apoyo a los ciudadanos para exigir a sus gobiernos que pidan las cuentas a esas grandes empresas?
Sí, tiene razón, ése es uno de los grandes objetivos vinculados a esta investigación. De hecho, los Estados podrían servirse de esto para impugnar los contratos firmados en términos, digamos, no muy limpios. Si se puede demostrar que la influencia de las empresas es lo que condujo a que se desencadenase el proceso, habrá que presionarlas y exigirles reembolsos. Pero ése es únicamente el coste económico, está también el coste humano, el de las personas a las que se vacunó con productos que no se habían testado suficientemente.
¿Entonces, qué tipo de riesgos han corrido, sin saberlo, las personas sanas que se vacunaron?
Repito que las vacunas se desarrollaron demasiado deprisa, ciertos coadyuvantes no se probaron lo suficiente. Pero hay algo más grave. La vacuna elaborada por la empresa Novartis se produjo en un biorreactor a partir de células cancerosas. Una técnica que no se había utilizado hasta ahora.
Obviamente no soy un especialista, pero, ¿cómo es posible pretender elaborar una vacuna a partir de células enfermas?
Normalmente se utilizan huevos de gallina para cultivar los virus. Porque es necesario trabajar sobre células vivas, ya que los virus sólo pueden multiplicarse de esta forma y por lo tanto, por definición, lo mismo las correspondientes preparaciones antivíricas. Pero ese procedimiento presenta un gran fallo, es lento, hace falta una gran cantidad de huevos. Y técnicamente es largo y complicado. Otra técnica potencialmente exitosa consiste en cultivar los virus en células vivas en los biorreactores. Para eso es necesario que las células crezcan y se dividan muy deprisa. Es parecido al procedimiento que se utiliza para el cultivo del yogurt que también se realiza, por otra parte, en un biorreactor. Pero en ese contexto la célula se altera en su entorno y su desarrollo de manera que crece como una célula cancerosa. Y es en esas células de alto rendimiento donde se cultivan los virus. Para fabricar la vacuna sólo hay que extraer el virus de esas células en las que se implantaron. Y entonces puede ocurrir que durante el proceso de fabricación de la vacuna queden restos de célula cancerosa en la preparación. Lo mismo que ocurre en la fabricación clásica con los huevos, se sabe que en el caso de vacunación contra la gripe clásica, entre los efectos secundarios pueden aparecer reacciones en las personas alérgicas a la albúmina, que se encuentra en la clara del huevo. Por lo tanto, no se puede excluir que las proteínas, restos de una célula cancerosa presentes en una vacuna fabricada en un biorreactor, puedan engendrar un tumor en una persona vacunada. Por lo tanto, según un auténtico principio de precaución, sería necesario que antes de que se autorizase el producto para el mercado, se tuviera la certeza al cien por cien de que esos efectos están totalmente excluidos.
¿Y eso no se ha hecho?
No se ha hecho. La AME (Agencia Europea del Medicamento), una institución bajo la responsabilidad del comisario europeo de Economía, establecida en Londres, que concede las autorizaciones para sacar al mercado las vacunas en Europa, dio luz verde a la comercialización de ese producto arguyendo, en esa ocasión, que esa forma de fabricación no constituía un riesgo «significativo». Eso fue apreciado de forma muy diferente por numerosos especialistas aquí, en Alemania, y por una institución independiente sobre medicamentos que, al contrario, alertó y expresó sus objeciones. Yo tomé esas advertencias en serio. Estudié el dossier e intervine en el marco de la Comisión de Salud del Bundestag, del que entonces formaba parte, para que la vacuna no se utilizase en Alemania. Manifesté que en realidad no me opongo a la elaboración de vacunas con esta técnica. Pero que en primer lugar debe existir una garantía total de inocuidad. Por lo tanto el producto no se ha utilizado en Alemania, donde el gobierno rescindió el contrato con Novartis.
¿Cómo se llama esa vacuna?
«Obta flu»
¿Pero eso quiere decir que en otros países europeos, como Francia, el producto se puede comercializar sin problemas?
Sí, el producto obtuvo la autorización de la AME y por lo tanto se puede utilizar en cualquier país de la Unión Europea.
¿Qué alternativas opina que se podrían avanzar para evitar otros escándalos de este tipo?
Es necesario que la OMS sea más transparente, que se sepa claramente quién decide y qué tipo de relación existe entre los participantes en la organización. También convendría que estuviese acompañada al menos de una cámara elegida, capaz de reaccionar de forma muy crítica, en la que todos puedan expresarse. El fortalecimiento del control público es indispensable.
¿No es la cuestión de la necesidad otro sistema capaz de manejar un asunto que afecta a un bien común de los ciudadanos de todo el mundo la que está aflorando?
¿Podemos seguir dejando la producción de vacunas y la gestión de esos productos a organizaciones cuyo objetivo es ganar el máximo posible de dinero? ¿O bien la producción de vacunas es un asunto de interés universal que los Estados deben controlar y poner en marcha ellos mismos? Esa es la razón por la que pienso que habría que abandonar el sistema de las patentes en las vacunas. Es decir, la posibilidad de una monopolización de la producción de vacunas por una gran empresa. Ya que esa posibilidad supone que se sacrifican miles de vidas humanas simplemente en nombre del respeto a esos derechos monopolistas. Usted tiene razón: esta reivindicación tiene, por lo menos para mí, el aspecto de la evidencia.
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