El gran Isaac Asimov (1920-1992) escribió los siguientes párrafos en su absolutamente recomendable Autobiografía, en la que habla sin pudor de si mismo y de su actitud ante la vida. Tantos años después el texto está más de actualidad que nunca, al igual que el resto de la obra de Asimov, que os recomendamos con fervor.
“Con frecuencia, cuando surge el tema de mis viajes me preguntan si he visitado Israel alguna vez.
No, no lo he hecho. Llegar a Israel sin subir a un avión es un asunto demasiado complicado. Tendría que ir en barco y en tren y estoy seguro de que me llevaría más tiempo del que dispongo y sería mucho más complicado de lo que podría soportar.
Por tanto, suponen que, si no voy o no puedo ir, como soy judío, debo tener el corazón destrozado, porque tengo que visitar Israel. Pues no.
En realidad no soy sionista. No creo que los judíos tengan el derecho ancestral de ocupar una tierra sólo porque sus antepasados vivieron allí hace mil novecientos años. (Este tipo de razonamiento nos obligaría a entregar América del Norte y del Sur a los indios, y Australia y Nueva Zelanda a los aborígenes y maoríes.) Tampoco considero válidas legalmente las promesas bíblicas hechas por Dios de que la tierra de Canaán pertenecería para siempre a los hijos de Israel. (Sobre todo, porque la Biblia fue escrita por los hijos de Israel.)
Cuando se fundó el Estado de Israel, en 1948, todos mis amigos judíos estaban felices; yo fui el aguafiestas. Les advertí:
-Estamos construyendo un gueto nosotros mismos. Estaremos rodeados por decenas de millones de musulmanes que nunca perdonarán, nunca olvidarán y nunca desaparecerán.
-Estamos construyendo un gueto nosotros mismos. Estaremos rodeados por decenas de millones de musulmanes que nunca perdonarán, nunca olvidarán y nunca desaparecerán.
Estaba en lo cierto, sobre todo cuando resultó que los árabes estaban asentados en la mayor parte de los abastecimientos petrolíferos del mundo. Así que las naciones del mundo, que necesitaban el petróleo, pensaron que era diplomático ser pro-árabe. (Si el tema de las reservas petrolíferas se hubiese conocido antes, estoy convencido de que Israel no se habría creado.)
Pero ¿no merecemos los judíos una patria? En realidad, creo que a ningún grupo humano le conviene pertenecer a una “patria” en el sentido habitual de la palabra.
La Tierra no debería estar dividida en cientos de secciones diferentes, cada una habitada por un solo segmento autodefinido de la humanidad que considera que su propio bienestar y su propia “seguridad nacional” están por encima de cualquier otra consideración.
Soy partidario de la diversidad cultural y me gustaría que cada grupo identificable valorara su patrimonio cultural. Por ejemplo, soy un patriota de Nueva York y si viviera en Los Ángeles me encantaría reunirme con otros neoyorquinos expatriados y cantar Give My Regards to Broadway.
No obstante, este tipo de sentimientos deben ser culturales y benignos. Estoy en contra de ello si cada grupo desprecia a los demás y aspira a destruirlos. Estoy en contra de dar armas a cada pequeño grupo autodefinido con las que reforzar su propio orgullo y sus prejuicios.
La Tierra se enfrenta en la actualidad a problemas medioambientales que amenazan con la inminente destrucción de la civilización y con el final del planeta como un lugar habitable. La humanidad no se pude permitir desperdiciar sus recursos financieros y emocionales en peleas interminables y sin sentido entre los diversos grupos. Debe haber un sentido de lo global en el que todo el mundo se una para resolver los problemas reales a los que nos enfrentamos todos.
¿Se puede hacer esto? La pregunta equivale a: ¿puede sobrevivir la humanidad?
Por tanto, no soy sionista porque no creo en las naciones y porque los sionistas lo único que hacen es crear una nación más para dar lugar a más conflictos. Crean su nación para tener “derechos”, “exigencias” y “seguridad nacional” y para sentir que deben protegerla de sus vecinos.
¡No hay naciones! Sólo existe la humanidad. Y si no llegamos a entender esto pronto, las naciones desaparecerán, porque no existirá la humanidad.”
La foto de cabecera es un mural del pintor mexicano Diego Rivera (El hombre en la encrucijada) y fue pintado en el año 1934 en los muros del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
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