Los conquistadores españoles, al llegar a América, vieron un espectáculo insólito: cómo tribus enteras de indígenas se arrojaban a volcanes vivos, a simas insondables o al mar desde acantilados; cómo se suicidaban en masa ante el horror de lo inevitable, engañando a la muerte que les llegaba de la mano de los españoles con otra muerte rápida y benigna. Los misioneros se santiguaban como apestados ante el voluntario holocausto de los que preferían inmolarse a ser catequizados, explotados e integrados al
sistema de valores morales y religiosos de Occidente, de la Iglesia Romana. "¡Antes muertos que globalizados!", debían de gritar en guaraní, quechua o nahuatl. Porque, aunque los amos del mundo procuren esconderlo más que un miembro de la Asociación del Rifle a un hijo maricón, desde Babilonia hasta hoy, la Globalización es sinónimo de dominación económica y de violento sometimiento al imperio a sangre y fuego.
Os diré lo que os incumbe de la actual Globalización que padecemos de una manera muy simple, para que lo entiendan hasta los pollos descabezados. La Globalización significa dos cosas fundamentales: que el capital español puede salir de España cuando le rote, bien para invertirse donde más le convenga —que será siempre aquel país cuyos paisanos se dejen explotar más y mejor— o bien para reposar en un paraíso fiscal; y que seguirán transfiriéndose a España hordas enteras de inmigrantes este-europeos, africanos o sudamericanos dispuestos a fregar el suelo con la lengua, capaces de trabajar casi por el sustento, la cama caliente y dos comidas al día. Bajo la doble amenaza del dinero que se va si no renta más que una mina de wolframio, y de esa horda de extranjeros que se trajo Aznar y que legalizó luego Zapatero —6.000.000 en total—, los trabajadores españoles, para no ingresar en las filas del paro, aceptan sueldos cada vez más miserables y para llegar con sus familias a fin de mes tienen que echar más cuentas que el tío de la tiza.
Los que os digan que la Globalización también actúa de manera benéfica, que también puede traer dinero extranjero a España, que también os permite trabajar a vosotros en otros países, son estafadores profesionales: explotadores, financieros y sus testaferros políticos, menos democráticos que la Filarmónica de Berlín tocando a Beethoven. Como hasta vosotros podéis deducir, ese capital sólo vendría para arrancar y vender el marfil de vuestros cuernos, porque el dinero, frío como el mármol de un panteón, es cualquier cosa menos generoso. Y vosotros, productores, jornaleros, asalariados, no podéis iros de España a otro sitio mejor porque no os habéis "globalizado": no sabéis idiomas, lleváis bolas de penado en los tobillos que os atan al país —hijos, hipotecas—, y tenéis sobre todo mucho, mucho miedo. Así que la única perspectiva de supervivencia que os otorga la Globalización es que os sometáis, que devengáis un fiel colectivo de laborantes sumisos que hagan España atractiva para el capital: o sea, que arrastréis vuestros sueldos y subáis vuestra productividad —que no es más que un triste cociente entre PIB y número de trabajadores que significa que o trabajas más, o te echan de una patada en el culo—; y que asumáis a una decena de millones de inmigrantes (que os harán dumping laboral) como si fueran hermanos de leche.
El más novedoso problema que os trae la Globalización es que las crisis provocadas por sus estafas piramidales alcanzan al mundo entero. Y que las soluciones difícilmente pueden ser nacionales y soberanas, sino de colectivos de países más o menos importantes. España pertenece a uno, y la solución continental la buscará probablemente la Unión Europea tarde o temprano, tratará de cortar los dos efectos perniciosos de la Globalización: Impedirá la salida de capitales de Europa —intentando atraer, sin embargo, la inversión extranjera—; y bloqueará la entrada de más inmigrantes (1), facilitando el regreso a sus lugares de origen de los que viven entre nosotros —víctimas permanentes de la marginación, los despidos masivos y los desahucios—, porque constituyen un lastre imposible de sostener para nuestros servicios sociales, y para la moral colectiva de nuestros nacionales.
Pero la solución europea llegará para los españoles demasiado tarde. Habremos sido ya engullidos por un vórtice de miseria impensable y horroroso. Porque los inversores, que tienen muy en cuenta el riesgo socio-político de un país antes de meter un euro en él, saben que hay en el mundo ocho países(2) cuya ruina está cantada, cuya deuda pública es impagable y lo será aún más a finales de este año. Los analistas económico-políticos califican a estos países como el Anillo de Fuego de las Deudas Soberanas. Y adivinad qué: España es uno de ellos, uno de los apestados cuyas emisiones de deuda se consideran tóxicas. Tres de cada cuatro europeos cree que España está ya más caliente que el pico de una plancha; que se avecinan grandes disturbios sociales (como en Grecia), mucha violencia institucional y una delincuencia generalizada. Y también porque España es uno de los países más corruptos de Europa, sólo superado en este triste ranking por Italia, Portugal o Polonia. Y eso ahuyenta al capital, que se siente inseguro ante una Ley incierta que cambia cada vez que al Gobierno o a Botín les pica el ojete. Así que la inversión del capital internacional en España seguirá sine die más paralizada que la vesícula seminal de Benedicto XVI.
Una vez claro todo esto, la solución para España es obvia. Es la misma que para cualquier país honorable del resto del mundo. Los españoles tenéis que dinamitar la Globalización absolutamente, con o sin la colaboración de Europa. Hay que hacerlo cuanto antes, no podéis esperar a que Bruselas os salve el culo porque las grandes bandas organizadas de mafiosos —financieros y banqueros con kipá—, empiezan a sectorializar el mundo, a desglobalizarlo parcialmente, a crear zonas de influencia para sus monedas respectivas. Debéis daros prisa antes de que os tomen la delantera y sigan haciendo cocido con vuestros cojones. Y desmontar la Globalización es encorralar el capital de manera fulminante y cerrar las fronteras a la inmigración.
Pero eso no puede hacerse bajo la égida de esta clase política que tenéis, a la que legitimáis votándola elección tras elección: la que saquea las arcas públicas a manos llenas en beneficio propio y en favor de las clases dominantes, de los banqueros y de los grandes empresarios, mientras vosotros pasáis más hambre que un retrato. Ésa que entiende así su "pública tarea de servicio al ciudadano" —a la que se dedican tanto socialistas como populares, coreados por todos los partidos bisagra—, chusma pestilente a la que podríais fusilar mañana mismo en defensa propia, tras un juicio sumarísimo popular, sin que se os moviera una pestaña, sin el menor cargo de conciencia.
Dinamitar la Globalización pasa por dar un auténtico Golpe de Estado Democrático en el que el Pueblo Español tome el poder que le corresponde, imponga una III República Constitucional legitimada para tomar decisiones inapelables, democráticas, sin margen para que los monclovitas dictadorzuelos alternantes vendan vuestros pellejos al capital global.
Si no entendéis esto, o si con la mano dentro de la bragueta no encontráis vuestros cojones, abrid bien los ojos. Porque vais a contemplar atónitos la espeluznante visión de hacer cola frente al abismo junto a todo un pueblo que se inmola de manera parecida a la de aquellas tribus de asustados indios americanos ante el brillo de las corazas, el imponente aspecto de los corceles de los conquistadores y el lúgubre aspecto de los frailes enarbolando cruces de martirio. Quinientos años después, tomaréis parte en el sacrificio ritual de un pueblo entero, repugnantemente cobarde, que perece por asfixia, exprimido como un arenque pillado en la jamba de goznes de una puerta.
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