Es hora de salir a la calle. Poco importa si los que habrían de organizarnos no se van a atrever porque están jugando una partida encubierta con los que nos pisan día tras día. Nosotros somos los peones, es cierto, lo más fáciles de abatir, pero no olvidemos que hasta la pieza más débil puede comerse al rey. Es el momento de revolverse, de levantar barricadas, de lanzar adoquines contra el poder que nos anula, es el instante de la desobediencia civil ante unas normas escritas con nuestra sangre, porque estamos hartos de ser los que siempre soportan las hemorragias.
El Gobierno ha decidido suprimir a partir de febrero la limosna de 426 euros que percibían los parados que hubiesen agotado cualquier prestación. ¿Qué les quedará a partir de entonces? Nada, absolutamente nada para dar de comer a sus hijos y para hacerlo ellos mismos. Nada para pagar sus casas o sus coches. Nada más que angustia, desesperanza e, ¿impotencia? ¿De verdad nos han castrado la dignidad hasta tal punto que nos dejamos morir sin presentar batalla a quienes nos están aniquilando? Si es así llamémosle por su verdadero nombre: cobardía.
Poco me importa que me acusen de incitación a la violencia. No me preocupa que me califiquen de “antisistema” para demonizarme ante la sociedad. Lo expreso como lo siento y creo que llegados a este límite, la única salida que existe es rebelarse contra la sangría sistemática a la que nos vemos sometidos los ciudadanos, mientras los que detentan el poder económico no se privan de las prebendas otorgadas por aquellos que ocupan el legislativo, al tiempo que unos y otros asisten a nuestra agonía riéndose de la sumisión que mostramos frente a sus desmanes.
Que nadie piense que mis palabras implican confianza en la oposición. De hecho no hay contraste entre pares, sólo competencia por el mando. Populares y socialistas son dos patas de un mismo engendro, cada día más iguales y formando una amalgama de cinismo y totalitarismo. Son como los cerdos y los humanos de “Rebelión en la Granja”, imposibles ya de distinguir.
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