Es cuestión de días que lo que ha ocurrido con Portugal encuentre su inmediato reflejo en España. Estamos a las puertas de una bajada de nuestro rating, de la pérdida de la codiciada AAA. Será cosa de semanas o de meses, pero es inevitable. Algunos pretenden matar al mensajero. Antes fue la prensa británica. Ahora las agencias de calificación. Ni la una ni las otras son responsables de la actual coyuntura económica española. Simplemente se hacen eco de sus dificultades. Y vienen a decir: “señores, las deudas hay que pagarlas”. Muchos en el gobierno seguirán aferrados al argumento naif de nuestra menor deuda pública sobre PIB frente a otros países, no sólo europeos. Más allá de que tal realidad se deba a la ocultación de bolsas de endeudamiento a nivel regional, municipal o en empresas semipúblicas, cosa que agravaría el problema, hay una verdad cierta: España no se puede vender por partes para hacer frente a lo debido. Por tanto, la capacidad de liquidación de lo adeudado sólo puede venir de la generación de flujos suficientes a nivel interno para pagar a sus acreedores. Y la situación del sector privado, la banca y las propias Administraciones Públicas no garantizan el nivel de solvencia necesario para hacer frente a nuestras obligaciones. That´s it!
Ante esta circunstancia, como ante todas las de la vida, nosotros, queridos conciudadanos, podemos adoptar tres actitudes. La primera es la resignación, agachar la cabeza y tirar pa alante que ya vendrán tiempos mejores. De primar esta postura se aceleraría aún más la decadencia institucional de nuestra nación. La segunda es la aceptación que, contra lo que muchos piensan, es la forma de comportarse más cercana a la doctrina cristiana. Es tratar de sacar lo mejor de la coyuntura actual, poniéndola a mi servicio para realizarme humanamente. Este modelo se acerca más a lo que requiere España en este momento. La necesidad, hemos comentado muchas veces, agudiza el ingenio. Sin embargo, pese a mis creencias, no me vale. Ya no. Lo siento. Ha llegado el momento de la tercera respuesta: la rebelión, la ruptura, la subversión. A Jeremy Irons se le ha pasado el arroz y toca adoptar el papel de Robert de Niro en La Misión, aún a riesgo de morir intelectualmente en el intento. La decadencia de nuestras instituciones es de tal calibre, la defensa de la partitocracia por parte de las principales fuerzas políticas tan vomitiva, el alejamiento de los problemas reales de los ciudadanos tan sangrante, la amenaza que suponen para nuestro bienestar tan real que estamos llamados a levantar las armas de la sociedad civil de una vez y para siempre. O regeneramos esto, o nos revolcaremos por las cloacas de unas instituciones podridas durante mucho mucho tiempo. Ustedes eligen.
Pensarán que es una exageración. Están en su derecho. Pero déjenme que les diga una cosa. Es nuestro futuro el que está en juego. Y toda sociedad que no se construye de arriba abajo, necesita de una revolución de abajo arriba que la transforme y acerque al ideal de sus pobladores. La tarea no es fácil. El ejecutivo socialista ha logrado anular a los grupos de influencia que tradicionalmente encabezaban tales reivindicaciones en el pasado. La Universidad, aquella que corría delante de los grises, vive agazapada entre sus muros funcionariales; de los Intelectuales mejor no hablar, capaces de denunciar la guerra de Irak y de poner sus ahorros en Suiza mientras miran con indiferencia lo que ocurre en España; qué decir de los Sindicatos, que ya ni siquiera responden al apellido de reivindicativos, corderos como son con piel de lobo; ¿y los Medios de Comunicación?, la lucha por su propia supervivencia les hace depender, hoy más que nunca, del poder político, publicidad y regulación, voz que clama en el desierto. Sin embargo, no es imposible. Es, lo hemos dicho, una cuestión de actitud, de conciencia, de perseverancia. De involucrar la libertad, la voluntad, el entendimiento y la experiencia. La figura del héroe ha muerto, recuperémosla cada uno en nuestros ámbitos de actuación. Contamos con una gran ventaja. El mundo es más viral que nunca y nunca el poder ha estado tan expuesto a la acción ciudadana como hoy. ¿A qué esperamos?
La actual situación amenaza una de las grandes conquistas de la sociedad española a lo largo del siglo XX: la aparición de una amplia, representativa y boyante clase media. Pues bien, es su supervivencia la que está en juego si seguimos consintiendo los desmanes diarios de las distintas Administraciones. Sin una mejora en la gestión, sin una racionalización de los excesos pasados, sin una conversión radical de lo estructural en innecesario, no hay punto medio, el problema de endeudamiento de España sólo se puede resolver, de modo natural, mediante una mejora de nuestra actividad, un ideal condicionado por el modelo productivo y regional actualmente en vigor, y de forma artificial a través de subidas de impuestos y/o recortes de gastos asistenciales. ¿A quién perjudica más la presión tributaria? Bingo, a las rentas del trabajo que son las que menos posibilidades tienen de escapar del escrutinio tributario. ¿Quiénes son los más afectados por una reducción del estado del bienestar? Aquellos que han destinar parte de sus escasos recursos a complementar lo que hasta ese momento tenía asegurado por mor de la acción del Estado. En definitiva, la clase media. No se lleven a engaño, ustedes y yo somos los damnificados. Esto es, los de siempre. If I were a rich man, dubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi du…
Insulta a la inteligencia que un tío que perece tener dos dedos de frente como Núñez Feijoo defienda a capa y espada una fusión de las cajas gallegas. ¿Es que nadie se ha parado a pensar en el mayor impacto en términos de solapamiento de red y empleo que tiene una unión interregional frente a una transregional? Que, por mantener su cuota de poder y su control sobre dos de las principales instituciones financieras de su comunidad, no tenga reparo en que se liquiden más puestos de trabajo debería ser un escándalo para sus votantes. ¿Pero? Adormideras por doquier. Es sólo un ejemplo, extrapolable a casi toda España, de la calidad de nuestros gobernantes. Esto es lo que hay y sólo nosotros podemos cambiarlo, con la denuncia, con la promoción de leyes que vinculen la representación con la circunscripción del representado, con la exigencia de la despolitización de la justicia, con la defensa de la educación como fin, no como medio, y así sucesivamente. Hundimiento una temporada larga o rebelión tranquila antes de que caigamos en una suerte de PRIísmo a la mexicana. Si ocurre, será porque tenemos lo que nos merecemos. No seamos tan idiotas. ¿Lo mejor que le puede pasar a España (y acabo donde empecé)? Una bajada de rating que provoque una venta masiva de activos españoles (de aquellos inversores que sólo pueden mantener AAA en sus carteras) y nos espabile de una vez. Cuanto antes, mejor. La vida es así.
Más en http://twitter.com/albertoartero y en la cuenta de Alberto Artero en Facebook.Fuente: Cotizalia
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