El breve texto de Hessel no ofrece nada nuevo ni sorprendente. Se limita a denunciar los últimos retrocesos sociales. Y, frente a la pérdida de valores éticos, insiste en recuperar los viejos ideales de la izquierda europea. No pasa de ser un grito de alarma, un toque de atención ante lo que está sucediendo, como señalaba Nicolás Sartorius en Informe Semanal, porque la democracia ha perdido muchísimo terreno que ha sido ganado por poderes económicos que no están elegidos.
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- > Informe Semanal - El grito de Hessel: ¡Indignaos!
Con el hablar pausado de quien se sabe ya en la última curva de un largo camino, Hessel proclamaba ante las cámaras de Informe Semanal que no basta con indignarse, pero que tras la indignación se encuentra la superación de una cierta pasividad, de la indiferencia, e incluso de un cinismo que es muy peligroso, con muchas formas de movilización posibles. Ziegler lleva mucho tiempo predicando una revolución de las conciencias frente al orden criminal del mundo. La indignación podría servir de detonante.
Tiene razón Hessel al decir que el enemigo está hoy mucho menos claro que hace setenta años: la perversidad del fascismo resultaba evidente y figuras tan siniestras como Hitler, Franco o Mussolini encarnaban el mal. Quienes manejan los hilos de la explotación mundial, los verdugos de pueblos, son una legión de ejecutivos que se sientan en todopoderosos consejos de administración. El horror de un mundo extremadamente injusto se dibuja cada día en los telediarios. Pero la identidad de sus principales responsables se difumina tras los nombres comerciales de grandes corporaciones, cuyas ganancias se multiplican al mismo ritmo que se incrementan las cifras de la pobreza en el mundo.
Mil millones de hambrientos en un planeta capaz de alimentar sobradamente al doble de su población actual es un motivo de indignación indiscutible. Lo es también la cifra que cuatro millones de jóvenes sin trabajo en España, como señalaba un Marina sorprendido por la pasividad general ante una situación intolerable. Frente al desgaste de los partidos y sindicatos, que comentaba Sartorius, hace falta algo más que los viejos instrumentos del casi desaparecido estado nacional.
¿Qué hacer? La antigua pregunta de Lenin sigue sin respuestas claras. Hessel no llama a la insurrección sino que se obstina en confiar en que el sistema político aún sea capaz de ofrecernos respuestas eficaces para conjurar las amenazas de un profundo retroceso. La indignación, si se manifiestara, si se dejara sentir de modo escandaloso, tendría que alumbrar nuevos mecanismos, esperanzas y soluciones.
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