miércoles, 21 de septiembre de 2011

La adoración del poder como crimen.


20110920125225-sumiso.jpg(Dedicado a todos aquellos que aman a sus amos) La atribución por tu parte, de diferentes virtudes, como la bondad o la honestidad, a los hombres de poder, cuyo único objetivo es el sometimiento del mayor número de personas posible a sus caprichos o intereses (vístase esto con las mejores intenciones que se quiera), es sólo una forma, como otra cualquiera, de engañarte a ti mismo; de autoconvencerte de lo bien que hiciste en firmar con ellos un contrato que te permite malvivir en su sistema social jerarquizado, en el que tales hombres ocupan el escalón superior, y tú el inferior. Un contrato con el que decidiste entregarles tu libertad y toda aspiración emancipatoria.
La adoración que expresas por ellos es tan sólo un método muy sutil de ocultar tu incompetencia, tu cobardía, tu pereza… o, incluso, el miedo a perder todos esos vicios con los que, muy hábilmente, nos fueron corrompiendo (a mí como al que más).
Hablemos claro, el poder y los hombres que lo ejercen sólo tienen un objetivo: nuestro sometimiento, para lo cual, la bondad y la honestidad son características que no se pueden permitir, básicamente, porque ningún hombre bondadoso u honesto desearía tal objetivo, es decir, la supeditación del resto de los mortales a sus deseos. Por el contrario, sólo la perfidia y la mentira son útiles para la consecución de un fin así.
El ejercicio del poder y de la dominación es lo más pernicioso que puede existir para el pleno desarrollo de otras vidas. Obligar a un ser humano a someterse es como obligar a un árbol a truncar su crecimiento; como cortarle las alas a un pájaro.
Aceptar voluntariamente la lógica del poder (dominación-sometimiento), llegando incluso al esperpento de adorar a los hombres que lo ejercen (capaces de todo lo peor con tal de mantenerse en su privilegiada posición), es la manera más común de engañarse a uno mismo y a la propia conciencia, para justificar la aceptación de un perverso contrato, cuya única finalidad es la renuncia al objetivo principal de toda vida humana, es decir, la renuncia al desarrollo pleno y libre de nuestra existencia; es una manera de taparnos los ojos para aceptar más cómodamente la voluntaria decisión de morir en vida. Una decisión contra natura, que dice mucho de la condición de la especie humana.
El encumbramiento de los hombres de poder, y, con ello, la aceptación voluntaria del sometimiento, es lo más parecido que puede haber a un suicidio. Sin duda alguna, es algo que debería ser condenado como un crimen contra lo más profundo de nuestra esencia humana.

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